La
semana pasada, en medio de la rabia por una muerte penosa e inevitable, publiqué
el otro post de este blog: Una carta furibunda a la conciencia de esta
comunidad fracturada, dispersa y sorda. Tras la publicación, se levantó una
horda de insensatas acusaciones, censura y mucho más discriminación que la que
yo someramente denunciaba en el texto.
Es una
pena que yo escriba por sentirme incomprendido. Pero es que el escándalo
generado por el post revela un daño mucho más profundo en nuestra psique, en la
forma en que nos imaginamos como personas, comunidades, o como nación.
Nos
aguaron las fiestas. Y no fue Yandel con sus dos panas, demasiado feos para ser
bugarrones, solo cómplices del palo de Navidad. No fueron ellos tres. De hecho
no es que se haya muerto. El hecho es que se repitió un modelo que nos remite a
una parte de nosotros que no queremos observar.
Nos
llenamos de odio. Un odio de tristeza, de torpe compasión. De efusividad latina,
impulsiva. De ignorancia local, ciega y chiva. Nos pusimos las manos en la
cabeza y comenzamos a gritar en todas direcciones. Y los dimes y los diretes
empezaron a caer como mujeres desmayadas en un velorio.
Solo
porque yo dije la palabra singar tres veces. Gran cosa. Solo porque yo dije
bugarrón y maricón y homofobia. Porque dije las cosas como nunca se las habían
dicho.
Porque
el problema está en que todo debe saberse, pero nada debe decirse. Seguimos
bajando la voz para decir cualquier cosa; somos incapaces de decir no como
respuesta, sino una vaguedad que raya en lo ridículo. Porque lo que leemos
viene de Facebook y no de un libro.
Y
empezaron las condenas consecutivas: Yo condenaba la prensa, que a su vez condenaba a los homosexuales,
y más aun, a la misma víctima y a la prostitución, mientras la comunidad gay me
condenaba a mí y al otro homosexual que ya no practica, y también al que es de
derecha. Y así las condenas se fueron repitiendo de boca en boca, a falta de un
villano mejor que quemar en la hoguera. Tal parece que no les satisfacen los
tres hombres que mataron a ese niño, sean marchantes o bugarrones, había que
crucificar a alguien más.
Al
propio Claudio. Qué pena. Por una horrible semana hemos torturado la memoria
del muerto y comenzado una cacería que ya no va a parar. Son once los martirios
de Santo Domingo, once e infinitos como los patios contiguos de la casa de
Asterión.
Se me
llenó de odio el corazón cuando escuché sugerir que la prostitución es un
crimen, o que Claudio “no era del tipo de” contratar esos servicios. Se me
llenó de odio cuando todo el mundo asumió que yo “sí soy del tipo de” contratar
estos servicios. Que al hablar en primera persona lo que hice fue colocarme en
la línea de fuego, y alzar un espejo en el que ninguno de ustedes quiere verse
reflejados. Porque ahora vamos a negar que hay un culto caribeño a la
masculinidad, al falo, al sexo y al divertimento, además de una propensión al
sankipankismo. Y también vamos a negar que los gays hemos fetichizado la
masculinidad.
Pero vamos
a ponerlo en claro. Si un miembro de nuestra comunidad prefiere la contrata de
servicios sexuales, embadurnados del misticismo de la hetero-normatividad o no,
también son sus derechos los que estamos defendiendo. Cuando hablamos de libertades
personales, nos referimos a todas las actividades, preferencias y necesidades
que tiene la persona. No solamente a las que en la cabeza de algunos son
correctas o moralmente responsables.
El
veinte de diciembre del dos mil catorce la suprema corte de Canadá, en víspera
de sus muy apreciadas vacaciones pascuenses, reprimió de forma unánime la ley
que criminaliza la prostitución en todo el territorio canadiense, comunicarse
con clientes en público y vivir únicamente de la profesión. O sea, la prostitución
no es un crimen. Tampoco la contrata.
Tenemos
una facilidad para silenciar y olvidar que se acerca a lo ridículo.
Tenemos
siete compuestos que prometen 48 horas de potencia sexual masculina, con
nombres bastante reveladores, pero no podemos hablar de sexo.
Una
niña de trece años pare trillizos de un viejo de sesenta que además emprende la
huida, y somos capaces de negarle la educación sexual a los jóvenes.
Podemos
tener ciento catorce minutos del culo de Beyonce en sus 17 videos y a Miley
Cyrus lamiendo una mandarria, pero no podemos hablar de sexo.
De nada
de esto se habla.
Y
cuando se trata de las conductas homosexuales, el escabroso tema de la
promiscuidad y el kinship, el dedo hetero es el primero que se levanta. Las
prostitutas siguen deambulando la Sarasota, pero los maricones no tienen
derecho a circular en la calle. Y si a eso vamos, los maricones no tenemos
derecho a casi nada. Podemos peinar y vestir a las megadivas, pero no tenemos
una opinión en el congreso. Podemos ser el hazmerreír de la televisión, pero
nuestras manifestaciones son escoltadas por la policía. Podemos decorar casas,
pero no formar un hogar. Como si estuvieramos mendigando tolerancia, cuando
estamos exigiendo libertades. Al diablo la puta tolerancia heterosexual,
nuestro cuerpo es nuestro, tanto para ocuparlo en el gimnasio hasta romper las
mangas de nuestros A&F o para participar en cualquier tipo de práctica a la
que, a puertas cerradas, tenemos derecho.
Porque
tal parece que no podemos adelantar, sino dar pasos sin rumbo, dar los mismos
tropezones para llegar decenios y muertes más tarde a la misma conclusión. Y
esto sucede porque somos capaces de ensañarnos contra nosotros mismos por
ignorancia o falsa moral, e incapaces de tener una visión holística de nuestra realidad. Y nos vendrán a meter por donde no da el sol las
“morales y buenas costumbres”, con el patrocinio galopante de la sacrosanta
Iglesia Católica y el Listín Diario (solo por citar algunos de los verdugos). Y
los más moralistas van a huir escandalizados y renegar de ser parte de nuestra
fracturada comunidad. Y los más tontos se olvidarán y seguirán batiéndolo en el
parque Duarte bajo la tutela macabra de las autoridades.
Gente como tu es que hace falta en este paisito,para poder llamarlo País!!!
ReplyDeleteun articulo GENIAL!!! por favor sigue escribiendo! ;)
Bárbaro! Excelente!
ReplyDeletetu sigue escribiendo y no les hagas caso...lo haces muy bien. te felicito.
ReplyDeleteHasta las lágrimas se me salieron, felicidades, vales más que el oro.
ReplyDeleteQue gran articulo. Es refrescante y vivo. Gracias y por favor no pares. No pares.
ReplyDeleteExcelente!!
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